Al atravesar la puerta de la enfermería, el sonriente doctor Evans esperaba al otro lado, de pie tras el escritorio, con mal disimulada cara de impaciencia. Su pelo claro relucía al sol, en contraste con su piel artificialmente morena.
–¿Dónde te habías metido? –Preguntó tratando que su tono sonase informal.
–Lo siento doctor Evans, ya conoce mis problemas mentales. Las pastillas no me las paga la seguridad social y...
–No te preocupes. Yo te las pagaré. Pero con la condición de que te las tomes, por favor. No quiero volver a ver pastillas atascando la fosa séptica.
El joven salió de la consulta un poco trastornado. Sabía que lo que le ocurría no era normal. Sus lapsus de memoria, los sospechosos incidentes... todo parecía una maraña de sinsentidos con él de protagonista.
–¿Qué te trae por aquí? –Preguntó ella para romper el silencio.
–Aburrimiento –contestó Darian simplemente.
Como cada lunes a las siete de la tarde, Darian respondía lo mismo a todos. En este contexto estaba bien usada la expresión. Pero no tanto en los siguientes:
–¿Cómo se llama?
–Aburrimiento.
–¿Qué hora es?
–Aburrimiento.
–¿Por qué me pisa?
–Aburrimiento.
Ese día no era diferente. Más, por una vez su respuesta era mínimamente lógica. Con felicidad, el chico estalló en mil pedazos por haber conseguido por fin aquello que tanto ansiaba.
[Cuando se recompuso, estaba delante de una gran playa acogedora... Empezó a andar mar adentro, y ya no paró.
Pero ahí no acabó su sufrimiento. Los piratas lo capturaron y torturaron. Luchó contra animales, la sed, el sol...
Y al final llegó a un colegio.]
La función se hizo larga e insoportable para el niño, pero en el momento en que los actores comenzaron a cantar animando al público a dar palmas y repetir, vio su oportunidad y se deslizó sigilosamente entre el resto de los niños de su fila, que le propinaban patadas o le escupían aleatoriamente según se interponía en su campo de visión. Cuando llegó al pasillo, se situó a la espalda de José. Nadie en ese momento atendía a sus movimientos, así que empuñó con fuerza su arma y la dejó caer sobre su compañero, tratando de clavarla en su corazón.
–“Por esta espada, vive Dios, que saciaré mi justa venganza" –Exclamo Julián. José se desplomó sobre el suelo y el público estalló en emoción, ignorante de la cruenta realidad de Julián.
José, con su último aliento, lanzó una maldición al bellaco que lo había asesinado. Julián desapareció internándose en la noche y dejó a la gente detrás suya disfrutando con el espectáculo.
Más no era aún el momento de morir de José. Con sus últimas palabras se acercó a la bella Clara y anunció:
–El más grande tormento es una simple molestia comparada con una eternidad sin ti, mi cielo. A lo que la chica le contestó:
–Y un segundo de tu presencia no es capaz de saciar el amor que os profeso, amor mío. Sin vos prefiero la muerte... ¿Es esto todo lo que el amor consigue? Sólo muerte.
Julián reapareció por entre las sombras, esta vez desde arriba.
–¡Más, bellaco, os ordeno morir! –Exclamó clavándole la espada en el abdomen.
–Y usted, vil mujer, muera con él si tanto lo ama.
Dicho esto le asestó una estocada cortándole la cabeza.
La cabeza de la joven Clara rodó algunos metros, hasta los pies de Elena, que iba vestida con un traje parecido al de una princesa, pero con alas de mariposa. Levantó la cabeza y la sostuvo como un bebé.
–Decidme, valiente Julián. ¿Qué habéis conseguido con esta venganza? ¿Sois más rico, más hermoso, más fuerte ahora? Mirad, mirad bien cuan caro os ha costado. Elena le enseñó el rostro muerto de Clara.
–Si, vuestra amada a muerto en vuestras manos. Habéis perdido toda felicidad ya, por una estúpida venganza.
–No es mi amada, pues, querida Elena. Ni lo fue, ni lo será ya. No fue más que una vil mujer. Ahora, ciertamente, todos los presentes me irritáis harto, igual que ellos. Yo no me vengo de nadie. Yo mato.
Dicho esto, le clavó su estoque a la mujer en el vientre, mientras se reía como un poseso.
Finalmente, Julián descendió de la frágil tarima que es la cordura y descendió al hospensario de la locura mientras se carcajeaba psicóticamente. Se llevó las manos a la cara y aumentó el volumen de sus risotadas. La profesora cerró el telón mientras tanto, dejando al oscuro personaje como apoteósico final.
–¡Me ha encantado, Julián! Lástima las manchas de sangre, que costará que salgan –dijo ella.
Julián sólo paró de reír y la miró miserablemente. [Después, clavó la espada en su blanda figura.
–Qué tierna es tu carne, pequeña –le dijo con un brillo lunático en los ojos.
Tras eso, metió el estoque en una toma de corriente, y la tensión hizo el resto.]
La mujer esbelta de cabellos oscuros como la noche caminaba a paso ligero por las calles frías y solitarias de su ciudad natal. Se había levantado con un mal presentimiento, y éste se había ido haciendo más intenso a medida que el día avanzaba.
Abrió la puerta del local y chocó con el detective.
–¿Le hice daño? –dijo la dama.
–Usted y todas las mujeres con las que me he topado –respondió Max Power.
–¿No me diga? ¡Es usted un desvergonzado! ¡Si lo sé le empujo a propósito! –Replicó la mujer hecha una furia. Se internó en el local y se sentó en la barra. Su corto vestido dejaba ver gran parte de sus bellas y redondeadas piernas. Captó la mirada de varios hombres posada en ella y se giró hacia ellos con gesto amable.
Cuando el primero se acercó para invitarla a una copa, se llevó el golpe de su vida en toda la cara.
–Espero que te guste el ladrillo que recogí ahí fuera, so capullo.
El aparentemente despistado Max estaba solo esperando un taxi bajo la lluvia de New York. Eran ya más de las diez, hacía frío y Max sentía en su cuerpo los efectos del whisky doble.
De pronto se desmayó en medio de la calle. No tuvo conciencia de sí mismo hasta que notó cómo un tacón se el clavaba en las costillas.
–Buenas. Me han echado del local pero... ¿tú aún tienes ganas de jugar?
Una mujer le hablaba. Le sonaba ligeramente su cara pero no era eso lo que le preocupaba más. Llevaba un ladrillo en la mano derecha, y estaba ensangrentado.
Bueno, y también se veían sus bragas.
–Bonitos pololos, hermosa –le dijo.
–¡Creo que la ni la resaca le curará a usted de ser un cerdo! Pero me siento generosa. Si me acompaña puedo hablarle de algo que puede interesarle...
–Bien, creo que haré el esfuerzo... si me lo permite, por supuesto –dijo el hombre mientras señalaba a la pierna que lo aprisionaba.
La dama le quitó el peso y le ayudó a levantarse. Max se tambaleó unos instantes al ponerse en pie, pero al rato recuperó el equilibrio.
–Bonito ladrillo. ¿Es mascota suya, o simplemente quiere que le dé el aire? –Preguntó el detective.
–Él es mi compañero, y se viene conmigo a todas partes... en el bolso –repuso la mujer mientras lo guardaba nuevamente en su sitio–. Y ahora sígueme. Tenemos que hacer algunos trabajos en el barrio.
–El último que me dijo eso acabó con un par de agujeros para aligerar el peso...Aunque con esa talla, tal vez le sea fácil esquivar las balas.
La joven dama lo miró de reojo mientras avanzaban. Se rió por lo bajo y se giró, poniéndole el dedo índice sobre el pecho en un gesto amenazador.
–Veo que el señor detective quiere jugar a hacerse el chulo, ¿verdad? Conmigo esas conversaciones insulsas no valen.
–Encima de señorita, dura de matar, ¿eh? ¡Lo que se pierde Hollywood!
Avanzaron hasta los suburbios cercanos a Broadway. Allí esperaba un joven chico de color.
–Hola negro, dame pólvora –dijo la dama a modo de saludo.
–Hoy no tengo, chico, pero mañana vendrá má', palabrita.
Max observaba con cara insulsa las transacciones poco legales de la señorita de rojo. Aunque como él decía: "Que la policia haga su trabajo que yo haré el mío". La mujer espetó algo al chico, al parecer en algún idioma etiope o quizá congolés, y cuando este se alejó, le ordenó a Max que la siguiera a Central Park.
–¿A Central Park? ¿Eso quiere decir que vamos a ver unicornios, señorita? –Inquirió el hombre a quien lo guiaba.
–No, vamos a ver como cae la nieve. ¿O acaso no quiere hacer realidad el último deseo de una niña que ha sido muy buena? –Dijo la mujer mientras desabrochaba algunos botones de la chaqueta de Max.
–Alto, señorita, que hace mucho frío esta noche (aunque veo que usted sí tiene calefacción centralizada). Si no le parece mal, creo que va siendo mi hora de irme a dormir.
A la mañana siguiente cayó la bolsa en New York. La mujer buscó a Max durante algunos días, pero este se había suicidado al perder todas las acciones de Volkswagen.
El hombre le había gustado. Por una vez no le hubiera puesto su ladrillo encima, pero ya era tarde. Por supuesto, días después continuó su vida tal cual. Sólo era un hombre. Hay cientos y cientos.
[Y con nombres no sacados del secador del pelo.
La mujer murió 14 años después en el desembarco de Normandía.]
Ah, me olvidaba... ¡decir que es una lástima que falte la primera! El final era muy... lol, omg, wtf y demás... las hormigas gigantes al otro lado del portal interdimensional rules!! *_*
ResponderEliminarAye, aye, que tengo que colgar la parida de los ladrones y detectives *_* Es buenísima... sí, ¡y lo digo! XD
Al fin lo he leído xDD Aunque debo reconocer que empecé a leer por... "Aburrimiento" xDDD (es que es una entrada larga, de primeras tira para atrás xD), me he reído mucho xDD. Me encanta la de los niños psicóticos xDDD sobre todo como acaba xDDDD
ResponderEliminarY buino, nuestra sórdida historia... xD La he recordado al leer esta entrada xD Se la he pasado a algunos didenumus para que la admiren xDD Como molaba esa historia.
¡Adeeeeigs!