domingo, 23 de noviembre de 2008

Kadada su sabedeig

Kadadas, kadadas y más kadadas... y cada vez más interculturales... si es que somos muy guays, y aprovechamos para intercambiar impresiones entre diferentes culturas (aquí pincho no es un bocadillo pequeño, y el tráfico no es tan homicida como el de Madrid).
Bueno, pues aquí estamos de nuevo. He decidido escribir una entrada y esta vez motivada por la depresión postvacacional que me provoca la estela de un fin de semana absurdo y divertido (y sin preocupaciones, todo hay que decirlo). Y esta vez la entrada es compartida, Dragonsio y yo vamos a relatar lo sucedido en este HORRIBLEMENTE PEQUEÑO lapso de tiempo T_T.
Allí estábamos, cinco panocos simpáticos PALetos que se fueron a vivir aventuras por la gran ciudad de palleses que es Vigo, dónde se han llevado y se llevan a cabo las más temibles batallas campales de la Primera Guerra Mundial de palomas y OIGH gaviotas.
Todo comenzó en el lugar en que todo empieza y termina, y no es Finis Fumae, si no la estación de trenes de Vigo, principal lugar de llegada y partida de extranjeros a la ciudad... Aunque recordemos que no es una ciudad, si no una gran explanada llena de establos y un lugar al que no llega la cobertura de los móviles ni el AVE.

En el principio de los tiempos estaba la estación. Luego aparecieron dos didenumus y luego se unió uno más. En ese momento, otro siñor apareció y la compañía ya estaba completa para partir hacia el nuevo mundo desconocido. Emprendimos la marcha y nos dirigimos hacia el bólido azul que constituía nuestro medio de transporte por el nuevo mundo, y ya de camino pudimos divisar cosas típicas del lugar, como son el monumento del ángel decapitado en lo alto de un edificio o el "Sicotécnico" que expende permisos de armas.

Por desgracia, nos separamos de Ary y continuamos solos hacia Porriño, lugar al que llegamos por la Autovía de la Muerte (Autovía da Morte). Una vez logramos sortear las peligrosas montañas de Mahoma que obstaculizaban nuestro camino, pudimos estacionar y respirar la agradable brisa procedente del matadero del pueblo, que es, por otro lado, la base secreta de las gaviotas de esa área.
Inmediatamente nos dirigimos al edificio cuyo portal es un derroche de luz y color arte neobarroco y subimos a casa para dejar nuestras respectivas pertenencias en el suelo. Acto seguido, nos dirigimos hacia un local habilitado para fagocitar alimentos, en el cual asentamos nuestras reales posaderas con un brillo de esperanza en la mirada al creer que podríamos nutrirnos a corto plazo. No obstante el destino quiso que allí nos matasen de hambre a la espera de unas simples hamburguesas. Mientras tanto debíamos subsistir con patatas fritas y aceitunas, pues los diez minutos que nos prometió el señor caramero camarero se habían transformado en una inquietante media hora en la cual estaba en juego el futuro de nuestro estómago. La comida solo apareció cuando comenzamos a murmurar métodos para marcharnos sin pagar, y aún después de esto, seguíamos teniendo un problema, pues nuestras hamburguesas eran un timo... ¡Tenían forma de comecocos! La conclusión más lógica a la que llegamos sobre este hecho es que no llegaba la carne y, quitándole un trozo a cada hamburguesa pudieron elaborar otra y dárnoslas... con la esperanza de que no nos diesemos cuenta.
El local tenía muchas otras peculiaridades, pero destacaba especialmente una puerta con el cartel de privado que no pudimos ponernos de acuerdo en si allí se guardaban pollos desplumados o había un baño limpio para el personal.
Tras terminar de nutrirnos salimos a la calle, incierto nuestro destino, hasta que decidimos dirigirnos al "Cimiterio", lugar turístico de visita obligada. Lo más destacable del camino fue un encuentro con borrachos que decían: "No jures que es pecado".

Antes de adentrarse en las profundidades del cimiterio pasamos por el parque de al lado, a ver cómo dormían los pajaritos y contemplar la entrada de metro que trajeron desde Madrid dudando de su fidelidad con el aspecto original. Sin perder más tiempo nos dirigimos al lugar que era nuestro objetivo en aquellos momentos y nos adentramos tras empujar el oxidado portal que nos impedía el paso. La luz era escasa, pero igualmente pudimos volver a contemplar las evidencias de lo que creemos que fue una enfermedad que llegó a la ciudad como una plaga años atrás y afectó a decenas de mujeres (concepto que nació en kadadas anteriores). A parte de esto, también descubrimos nuevos motivos para convertir el cimiterio en un lugar para echarse algunas risas, como por ejemplo, la gente que pone horteradas en su tumba (las más representativas eran una tumba que tenía una moto dibujada y por supuesto una que tenía un escudo del Barça al lado de un Jesucristo crucificado).
Cumplido el objetivo de visita obligatoria regresamos a las comodidades del hogar. Tras fundir el mando un rato (y también a Puffi), hicimos toda clase de panocadas varias, nuestra especialidad.
Pronto las panocadas se conviertieron en una tapadera que pretendía ocultar el ansia de cumplir nuestra misión. Misión que no podríamos llevar a cabo hasta habernos librado de la vigilancia parental.
Cuando por fin nos vimos libres para llevar a cabo cualquier acción nos hicimos con una botella de agua y abrimos la ventana con la esperanza de regar a los borrachos como ya es tradición. Sin embargo, ninguno se dignó a pasar bajo nuestra ventana, pues toda la gente que pasaba por la calle se dirigía únicamente a uno de los portales de enfrente, lugar que presumiblemente era un fumadero de crack. No obstante, logramos el objetivo que nos habíamos marcado al llegar: mojar la furgoneta de Cara-Melo (tarea que no fue fácil, porque el viento quería jodernos el plan). Así mismo el coche azul que estaba bajo la ventana quedó limpio y reluciente tras recibir la mayor parte del líquido, motivo por el cual pretendemos exigir un pago al dueño del mismo. Además de a estos, también nos resultó posible mojar a dos coches que pasaron por la calle, tarea difícil, puesto que el agua se negaba a dirigirse hacia la carretera, y la mayor parte de los vehículos que pasaron lo hacía por el carril más alejado de la ventana, del mismo modo que los peatones. Y entre estos últimos destacaron especialmente dos grupos bastante multitudinarios. En el primero iban unos borrachos con los vasos en la mano que gritaban bastante, y salieron del edificio al cabo de un tiempo. El segundo grupo venían siendo unos señores que no tenían nada de especial, pero que decidimos clavarles la mirada desde nuestra posición privilegiada con la esperanza de que nuestra ignota presencia los incomodara, y así fue, pues empezaron a girar la cabeza en todas direcciones y caminar más despacio.

Entre unas cosas y otras, finalmente nos iban a dar las cinco de la madrugada, con lo que decidimos que ya era la hora de retirarse. Comenzamos a inflar la colchoneta con pesar por el ruido que esta emitía con su motorcillo y esperamos pacientemente observando cómo el nivel de aire subía, incluso cuando llegó un momento en que la colchoneta estuvo exactamente igual durante mucho tiempo. Por suerte, cierto señor... señor se dio cuenta de algo que nos dejaba en bastante mal lugar, que era nada más y nada menos que teníamos las válvulas de salida abiertas. Una vez corregido esto, la tarea se finalizó sin más contratiempos. Y sin más parafernalia... nos fuimos a mimir.

¡Comienza un nuevo día! Nos despertamos alegremente y, tras llevar a cabo las tareas menesteres matutinas nos pusimos a desinflar el colchón y, aprovechando la ausencia de Álvar, nosotras nos encargamos del trabajo divertido solas para no compartirlo con nadie: decidimos que el desinflado electrónico del colchón necesitaba ayuda, por lo que alegremente rodamos sobre él (haciendo el panoli todo lo que se podía, por supuesto) hasta que el chollo no dio más de sí.
Después de eso nos fuimos a intentar comer, pero no sin antes fundir el mando un buen rato (imprescindible para nuestro equilibrio mental). Solo queríamos adquirir una pizza en el Pizza Pus, pero el error nos costó la botella, pues la espera fue larga y tediosa (ni siquiera teníamos patatas y aceitunas). A parte de la lentitud para servir cabe destacar sobre el local que si les pedías agua te servían Coca-cola, y además tenía por el techo trozos de uralita de alumio robados.
El camino de vuelta a la base se caracteriza por una pelea épica por un tícket de compra y la temeridad que nos caracterizaba al cruzar semáforos en rojo y caminar por el medio de la calzada. Acto seguido recogimos algunas de nuestras pertenencias del suelo y nos dirigimos hacia el bólido, el cual quería comé, quería comé. Tras alimentarlo solo restaba utilizar nuevamente la Autovía citada anteriormente y, sorteando los puestos a traición controles por radar, llegamos a Vigo.
Nos reunimos con Ary y Agüi y nos dirigimos sin tardanza hacia la tienda habitual a dejarnos pasta en el vicio. Adquirimos algún que otro artículo (no sin antes echar una ojeada a las genuinas plantitas en el cerebro) y abandonamos el establecimiento predispuestos a dirigirnos a nuestro siguiente destino: El Game. Allí no había nada que llamase nuestra atención, así que, sin haber robado nada, pasamos a dirigirnos a la Plaza Elíptica con la intención de ser expulsados de las escaleras. Cabe destacar que por el camino hubo diversas reyertas entre nosotros, pero no llegó la sangre al río.
Finalmente conseguimos acercarnos al dicho centro comercial, pero ante las escaleras mecánicas, un contratiempo. Un sujeto se volvió y cogió a Álvar por banda:
-Vas cargado, ¿eh?
Empezó a contarle la triste historia de su vida, comentando que él era probablemente el mayor experto en manga de todo Vigo y que había vendido sus pertenencias y escribía un manga. Como resulta evidente, teníamos cara de estar alucinando por lo que el tío debió de empezar a recular, y tras acojonarnos un poco más al fin nos soltó y pudimos deshacernos de él. Continuamos caminando por el camino más alejado al que él tomara y por fin nos sentamos en las ya míticas escaleras. Esperamos pacientemente a que nos echasen, aunque en un breve inciso fuimos a adquirir agua de Fontecelta (sustituta del Agua de Nascente ) y también nos "maravillamos" con la ambientación navideña que consistía en... árboles... rosas... y amarillos... además de otros colores un poco menos horteras y un árbol de tamaño familiar.
De cualquier forma, tuvimos que levantarnos por nuestra propia voluntad, puesto que el guardia debía de tener pocas ganas de volver a tratar con nosotros y no fuimos echados a patadas de la forma habitual.
Nos dirigimos hacia el exterior de la Plaza E (E, E, E...) para intentar sacar la tradicional foto de grupo... pero descubrimos que una grúa nos había floodido el plan tapándonos parte del punto de apoyo para la cámara. Tras hacer el gilifuá un rato más por allí, finalmente echamos a andar hacia la meladería, nuestro siguiente objetivo; sin embargo, una vez más se fue todo al garete ya que estaba cerrada. Viendo flodido este plan, nos dirigimos con presteza a comprar un delicioso gofre de chocolate, y anduvimos hacia la tienda con "halegría", botando y corriendo pero más bien debido a las nuevas reyertas entre nosotros. Conseguimos el ansiado objetivo y nos dirigimos a comer nuestros respectivos gofres al lugar habitual, unas escaleras de la calle, pero nos encontramos algo inesperado... De pronto divisamos una congregación de gente con pancartas que atrajo nuestra atención (cabe destacar que no eran ni veinte). Se trataba de unos nacionalistas que se disponían a iniciar una manifa... ¡bajo la sede de la COPE! Incluso contábamos con la presencia de la policía nacional que se quedó plantada en plan barrera a unos cuantos metros por si se desmadraba el asunto... pero ya sabíamos que eso no iba a ocurrir y por ello decidimos irnos ya que si no iba a haber hostias... ¿para qué quedarse allí en medio?
El siguiente objetivo estaba ya marcado: Cash Converters, tienda de segunda mano en la cual siempre podemos adquirir juegos y manosear instrumentos musicales. El resultado de visitar el lugar fue productivo, como la mayor parte de las veces, y acto seguido nos fuimos a sentar al sitio habitual de después de ir a Cash, que por otro lado sería, sin que lo supieramos entonces, el lugar en que contemplaríamos al día siguiente un vil acto de espionaje y veríamos un documental.
Poco después de eso, fuimos a casa de Ary a recoger nuestras pertenencias en el suelo y el grupo sufrió una triste escisión definitiva.

Tomamos nuevamente el bólido, gran compañero de viaje, y volvimos a la base de operaciones con la intención de hacer más aún el panoco antes de sobar. Fue una noche productiva, jugamos al Munchkin (Álvar ganó, por supuesto, nos timaba para ayudar T__T), fundimos el mando, vimos la tele (dónde descrubrimos que la felicidad se mide en créditos e hipotecas, cuantas más y a más largo plazo, mejor) y también cenamos... Schoko-llóns, sí, no había mucha hambre, pero el dulce siempre baja. Contamos algunas anécdotas y también nos dedicamos a fundir todavía más al pobre y desdichado Puffi, con el que jugamos al futbol y engullimos cosas (a Tak, por ejemplo).
Nuevamente a las cinco, decidimos que era mejor dormir. Esta vez las válvulas estaban cerradas ^^u.

El domingo nos desperteron a traición, diez minutos antes de que sonara el despertador. Álvar se vengo y, mientras nosotras estábamos en el pasillo fundando el gremio de ladrones de guante roto (ese pasillo es un lugar que proporciona inspiración para crear ideas innovadoras), desinfló el colchón él sólo sin compartir la diversión que esto implicaba.
Después de esto, y tras recoger nuestras pertenencias en el suelo, con pesar nos dirigimos al bólido de nuevo y disfrutamos del último viaje en su interior, facilitando la incorporación de panocos a la vía.
Una vez allí nos dirigimos hacia la estación de tren por última vez. Mientras hacíamos tiempo, decidimos volver a subir al lugar en el que habíamos terminado el día anterior antes de iniciar la vuelta a la base. De camino allí nos dimos cuenta de que, para ser una ciudad costera, no veíamos ninguna gaviota, y en cambio el territorio estaba lleno de palomas. Decidimos que estábamos en la zona de las palomas, porque gaviotas algunas sí las había, y que, como indicó Álvar, entre esas dos especies había una guerra de bandas. El razonamiento se vio confirmado cuando, al subir unas escaleras, nos cruzamos con una madre y su retoño, que iba preguntando acerca de un enfrentamiento, y su madre le respondía que se trataba de la Primera Guerra Mundial (cabe destacar que el niño tendría unos ocho años), por lo que fue así como supimos que la guerra entre estos pájaros era mucho más peligroso de lo que creíamos y tenía al reino animal aterrorizado.
Como vimos que a los humanos no les interesaba demasiado este enfrentamiento (evidentemente porque son mucho más inépciles que los animales), decidimos ponernos a observar nosotros mismos a estos bandos en acción, y fue así como descubrimos una barandilla que pertenecía a las palomas en la que, ¡oh, sorpresa! había un espía. Una gaviota trataba de infiltrarse entre las palomas, y, como cabe esperar, estas son demasiado panocas como para darse cuenta. Así pues, allí estuvo un buen rato escuchando conversaciones y planes de ataque ajenos y, cuando empezaron a llegar refuerzos de palomas, decidió huir y ponerse en la azotea de un edificio con su rifle de mira óptica (falcotirador).

Una vez decidimos que ya era hora de ir hacia la estación, volvimos y nos sentamos un rato en las escaleras (de las cuáles tampoco nos echaron) e hicimos un par de fotos con solo dos segundos de temporizador (fotos con reto). Después el señor adquirió comida para el largo viaje y salimos afuera.
Un estúpido control para bombas que habían plantado allí en medio nos hizo romper una tradición: ¡no pudimos ir a hacer el gilipollas a la puerta del tren! (los demandaremos por daños y perjucios). Nos despedimos ante los antipáticos guardias y así finalizó el tiempo de la kadada. Tras eso solo restaban unos veinte minutos hasta que saliera el tren a ¿Santiagou?. Nos entró el habre y nos hicimos con un delicioso bocadillo de tortilla de venta en el Café Café (Bar Bar) de la estación. Nos lo fuimos comiendo mientras paseábamos por la estación y también deliberábamos sobre quién mierdas podría ser un tipo que había dibujado entre otros archiconocidos personajes de Dragon Ball en una expendedora de muñequitos y que no pudimos identificar (su extraño peinado y su cicatriz desconocida nos dejaron descolocadas).
Por último, nos fuimos hacia el tren, esta vez sí pudiendo hacer el gilipollas en la puerta como de costumbre (¡de Vigo a Santiago sí se pueden llevar bombas! ^o^).
Podríamos continuar la historia, pero... los documentos escritos de lo que ocurrió a partir de aquí, se los comió el perro.

Y esa ha sido cogno nuestrra historria...

1 comentario:

  1. Poco puedo añadir a nuestra más reciente creación en el ámbito pseudo-literario, quizás algún día publiquen nuestras parano... obras maestras por fascículos y entonces conquistaremos el mundo... o algo así.

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